*Leona y Andrés, pareja del Bicentenario
* Prueba de amor: ser insurgente
* Una vida a salto de mata

Por Neftalí Hernández Zetina

Durante la guerra de independencia muchas familias se divieron entre los bandos contendientes, las pasiones que creaba la idea de la libertad crearon graves distendios en la sociedad novohispana, sin embargo existen también ejemplos de unidad, de verdadero amor a pesar de las adversidades de un país en guerra civil, y en tal marco se encuentra la relación que formaron don Andrés Quintana roo y doña Leona Vicario.

Quintana Roo, ilustre abogado y poeta yucateco, trabajaba en 1808 como pasante en el despacho de don Andrés Pomposo Fernández de San Salvador, donde conoció a la sobrina de este, la señorita doña María de la soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador y Montiel, de la cual quedó prendido desde el primer momento y a quien decidió cortejarla, según los cánones de la época.

Andrés Quintana Roo

Leona Vicario se encontraba ya comprometida con el guanajuatense Octaviano Obregón, mismo que tuvo que huir de Nueva España cuando el padre de este se vio perseguido por la revuelta de los españoles en contra del virrey don José de Iturrigaray, dejando así a Leona con el corazón destrozado y -dicen algunos- de este acontecimiento germinó en ella un claro desagrado contra los peninsulares.

Cuando don Andrés puso sus intenciones en conocimiento del tío de Leona, este lo rechazó por la «poca monta» que tenía el joven poeta en comparación con el rico minero de Guanajuato, por lo que Quintana Roo, ante el desahire de tutor, tomó la determinación de unirse al movimiento de independencia, no sin contar con la aprobación sentimental e intelectual de Leona, quien desde la capital del país mantenía correspondecia con su amado bajo el pseudónimo de «Rayo».

Curioso asunto es el relativo a las cartas entre Leona y Andrés: ninguna de ellas trata del amor que se profesaban, las misivas se cernían a estrictos temas relativos a la lucha por le amancipación del país, llegando al grado que la propia Leona demandaba a su novio compromiso con la patria antes de darle el «sí» a sus intenciones de matrimonio.

A causa de su claras y públicas expresiones en pro de la insurgencia, las autoridades virreinales planearon la captura de Leona en las calles de la capital, de la cual se salvo gracias a un «solplo» de sus amigos, sin embargo su tío descubrió sus intenciones de escapar hacia un grupo insurgente, capturola y la puso «en prisión» en la conocida casa de recogimiento de «San Miguel de Belén», conocido claustro de para mujeres en estado inconveniente o como en caso de Leona, con problemas de disciplina.

Leona Vicario

Al llegar a oidos de la insurgencia la prisión de Leona, Antonio Vázquez Aldarna y Luis Alconedo junto a otros cuatro hombres se apostaron la noche del 23 de abril de 1813 a las puertas del convento y en una audaz operación de tan sólo dos minutos, rescataron a la heroína de la independencia. De ahí, pasaron unos días antes de que Leona Vicario pudiera salir de la ciudad de México -disfrazada como una mulata- y reunirse con Quintana Roo en la sierra de Oaxaca.

De acá, pocos momentos de paz tuvieron Andrés y Leona: huyendo constantesmente de las fuerzas realistas, a salto de mata cada noche ante la persecusión hacia el Congreso de Chilpancingo, de cual Quintana Roo era presidente. El 3 de enero de 1817 Leona dio a luz a su primera hija, Genoveva, en una cueva y asistida por su marido, inexperto en labores de parto. Ante la responsabilidad paterna, Leona y Andrés hicieron residencia en el poblado de Tlatlaya, donde en una choza precaría intentaron forma un hogar donde reposar y poner a su hija a salvo.

Sin embargo, las tropas realistas dieron con la pareja. Al principio, Andrés se separó de Leona para mantener viva la insurgencia, dejando para esto una solicitud de indulto firmada por él y su ahora esposa. A los tres días, se entera de la prisión y malos tratos a su compañera, por lo que Quintana Roo vuelve los pasos, se entrega y retracta de su pasado insurgente, incluso ofreciendo sus servicios al virrey, todo en cambio de que a su esposa se la dejara en libertad sin daño o prejuicio.

Otros insurgenges habían también adjurado de sus ideas independentistas; Hidalgo y Allende al ser capturados y vencidos, adjuraron e incluso el segundo culpó al primero de ser el instigador de todo el momvimiento. Pero en el caso de Andrés y Leona, los motivos que argumenta la historia sobre su renuncia al movimiento insurgente están alejados de la malicia o el sentimiento de derrota: el amor de Andrés por su esposa e hija pudo más que los ideales.

Tras ser apresados, el gobierno virreinal ordenó su exilio a España, pero ante la falta de dinero para el viaje, radicaron en Toluca donde vivieron tranquilamente aunque con graves carencias económicas merced de que el indulto ofrecido por el virrey no incluía la devolución de los cuantiosos bienes de Leona, mismos que le fueron confiscados tras su huída de San Miguel.

Cuando la independencia se consumóo en 1821, el Congreso Constituyente fue generoso con la pareja: a don Andrés se le ofrecieron varios puestos dentro del gobierno y a Leona una pensión de 112 mil pesos mismos que ante las precarías finanzas del Imperio, se le entregaron en tierras de la hacienda de Ocotepec.

APÉNDICE
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LAS FAZAÑAS DE HIDALGO
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El tío de Leona Vicario escribó un libelo en contra de Miguel Hidalgo, llamado «Las fazañas de Hidalgo, Quixote de nuevo cuño, facedor de entuertos», donde narraba como Pancha la Jorobadita delata a su esposo Chepe Michiluiyas por ser insurgente, al ser este apresado, Pancha declara que antes se dejaría freír en aceite hirviendo que faltar a la fidelidad debida al rey don Fernando VII. Sabedor de las intenciones de su sobrina, el abogado concluye su relato con una frase lapidaria «¡Cuán dignas se harían del aprecio del mundo entero las mujeres de los insurgentes que imitaran a Pancha».