Una disculpa por tomarme tanto tiempo en actualizar este blog, pero me ha tocado algo de la «maldición del paraíso»: los libros que necesito para seguir con mis ensayos no los encuentros en Cancún, y los tengo que mandar pedir de Ciudad de México o de España.

Para paliar un poco m falta, les dejo el comentario que escribí de un libro sobre el Segundo Imperio Mexicano, el pasado mes de septiembre:

«…¡Mexicanos! Nuestro deber nos obliga a luchar por los dos principios más sagrados de la nación: su independencia, amenazada por hombres cuyo egoísmo los llevo incluso a vender la propiedad de la nación, y por la restauración del orden interno. Libres nuestras acciones de toda influencia, de toda presión externa, aspiramos a sostener en alto el honor de nuestra gloriosa bandera nacional. ¡Que viva la Independencia!…».

Con esta proclama le damos la bienvenida al llamado mes patrio en México: las celebraciones por la independencia de Nueva España en 1810 y 1821, la anexión de Chiapas en 1824 y la defensa de la capital en contra de los gringos en 1847. Toda una gama de variopintas celebraciones oficiales y de cartón, sin esencia y llevadas a cabo por una sociedad que desconoce el valor de la historia y los hechos.

Pero bueno, regresando al cause personal -ego como te quiero-, ayer día terminé de leer el primero de mis libros sobre el Emperador Max: La otra historia de México, Juárez y Maximiliano. La roca y el ensueño; de Armando Fuentes Aguirre, «Catón».

¡Caray! Cuanto coraje y lágrimas me sacó cuando terminé, coraje por releer la forma inicua y cobarde en que el Imperio fue entregado en manos de Juárez por un traidor vendido por 30,000 monedas, un desgraciado general López que terminó su vida apestado, odiado por todos, incluso por su esposa que lo abandonó por haber entregado al Emperador. Lagrimas por reconocer «el hilo negro» de nuestra historia, los malditos gringos, metiendo sus manotas en el conflicto, regalando armas, soldados y dinero a Juárez con tal de destruir al Imperio Mexicano, con tal de obtener beneficios territoriales, todos ellos con la anuencia de su servil vasallo, el «benemérito de la Américas». Aparte del coraje y las lagrimas, la lectura del libro de Catón me dejo un buen sabor de boca, el estilo de su prosa es encantador ^_^, ameno y lleno de curiosas expresiones que parecen venir de un relator en vivo más que de un escritor. Sobre el tema en cuestión, el objetivo del autor es, como dedica, «…para que amen a México en la verdad»; despojar a los personajes de sus ropas oficiales impuestas por la historia liberal, retratar al Emperador Max y a Juárez como dos seres humanos llenos de contradicciones, de buenos y malos puntos que deben ser vistos por igual, juzgar la historia dentro de su propios contexto temporal, y no desde la «cómoda» visión del siglo XXI. La gran enseñanza para mi, fue encontrar a la figura de Su Majestad más humana, más crítica de sus actos y omisiones, al grado de que mi afinidad por el Segundo Imperio se ve ahora reforzada, más cercana que antes de leer sobre sus ensueños y aciertos; pero sobre todo -como mencioné-, no juzgar el pasado con los estándares de la época en que vivo, sino saber cual era la situación, el momento histórico de los eventos para ponerlos en su dimensión y poder entender el curso que los personajes tomaron.

No negaré que la figura de Juárez no me es simpática en absoluto, que lo único bueno que hizo fue quitarle el poder a la iglesia…y ya. Que desde hace un tiempo me despojé de la venda oficial que nubló mi vista y que, la verdad, es que nunca podré encontrar sus acciones en la historia como algo bueno para México, después de todo, Juárez fue un dictador, no un tirano, pero si un político que se perpetuó en el poder por 14 años, haciendo caso omiso de la ley y de la constitución que juró defender, un hombre que proclamo suspensión de garantías para quien osara hablar mal contra el gobierno. Eso si, Juárez es un santo de la República, demócrata y ejemplo para el país…¡paparuchas!

Bueno, espero escribir otras entradas sobre el Imperio Mexicano una vez que haga un resumen más detallado del libro.

Saludos a todos.

P.D. ¡Ah! La proclama que mencioné al principio, fue dicha por Su Majestad, el Emperador Maximiliano de México, en 1867.