* Antes que indio, mexicano
* El hombre trás la máscara de bronce
* Don Benito contra los indígenas

por Neftalí Hernández Zetina
publicado originalmente en La Verdad, Revista Política; 21-03-2010

La imagen de Benito Juárez ha sido objeto de mucha controversia en la historia del país, pasando del héroe supremo de la República al tiránico presidente para la Iglesia y el ala ultramontana de los conservadores mexicanos. El uso de su imagen se encuentra ya en la idolatría poco intelectual de los movimientos de izquierda en México, al grado de colocarse como «santo patrono» de sus ideales sin saber siquiera cual es la verdadera imagen del primer presidente indígena de México.

Benito Juárez destaca en el panteón nacional mexicano por un particular carente de la imagen de bronce creada por la historia: fue el indio que quiso y logró, dejar de ser indio. Juárez consideraba que la educación era la única manera de lograr el bienestar social, económico y personal para los mexicanos.

Benito Juárez

El genio de la infancia

La leyenda liberal nos cuenta que el niño Juárez se dedicaba a cuidar ovejas y que al perderse una de ellas, huyó temeroso de las consecuencias hacia Oaxaca donde comenzaría a crearse el mito del «indio que se educa». La realidad carece de estos mitos poco halagadores para Benito Juárez.

A los 7 años, según cuenta el mismo presidente en las memorias dejadas a sus hijos, Juárez entendió y reflexionó sobre la necesidad de estudiar para poder darle un giro al destino que tenía encima: la de un indio iletrado cuyo gran logro sería terminar en casa de un potentado como un empleado o sirviente. Esta determinación de cambiar su futuro hizo que a los doce años de edad decidiera fugarse de Guelatao, su pueblo natal: ni ovejas ni castigo, sólo el irreprimible deseo de aprender, estudiar y ser algo más en la vida que un simple indio iletrado.

En Oaxaca, Juárez no recibió una educación de primera desde el principio; él se dio cuenta de la discriminación de clases en la escuela, razón por la cual decidió separarse de ella y seguir por su cuenta y de esa forma, terminó bajo el patrocinio de Antonio Salanueva, con los derroteros ya conocidos por muchos.

Mexicano, no indio

La lucha entre conservadores y liberales suponía un grave riesgo para la unidad del país y para los del segundo bando las cosas no estaban yendo de la mejor manera. En 1859 y 1860 los conservadores controlaban gran parte de la riqueza del país que se encontraba en manos de la Iglesia y que era usada en contra el legítimo gobierno liberal, razón la cual Juárez justificó la puesta en marcha de las leyes en la imperiosa necesidad de cortar las ayudas militares a los conservadores; ¡Vamos! Un movimiento legal en contra de una traición a la patria y al gobierno.

Más allá del concepto militar de la justificación, Juárez veía la necesidad de avanzar en la creación de un país que se pudiera mantener con recursos propios, mismos que en México, estaban en manos de los latifundios de la iglesia y los bienes comunales de los indios, acostumbrados ambos a los fueros y prebendas desde los tiempos del virreinato. Juárez, al promulgar la amortización de los bienes no sólo afectó a la poderosa Iglesia -como celebra la actual izquierda mexicana-, sino también a las comunidades indígenas que tenían tierras sin trabajar «por herencia inmemorial».

En el ideario de Benito Juárez, los indígenas no existen: sólo los mexicanos. En ninguna parte de las leyes de Reforma se hace mención a «derechos de los pueblos indígenas» ya que para que el país progresará, se hace necesario terminar con el atraso proverbial en que vivían los naturales. Así como la Reforma puso fin a fueros militares y eclesiásticos, también coloco a los indígenas como «simples ciudadanos» mexicanos; tal era el verdadero concepto de igualdad que Benito Juárez promovía como la solución al atraso mexicano.

APÉNDICE
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EL FRACASO LIBERAL
El 12 de julio de 1859, se promulgó la Ley de nacionalización de bienes eclesiásticos y de separación de la Iglesia y el Estado, que indicaba que todos los territorios e inmuebles en manos de la curia en México y aquellos que no tenían uso alguno, debían pasar al poder civil para que este pudiera hacer uso de ellos o venderlos para beneficio de la nación.
Sin embargo la realidad se encargó de hacer fracasar el proyecto ya que, ante la urgencia por obtener recursos con los cuales combatir a los conservadores y el propio devenir del gobierno, este vendió los inmuebles a quienes podían comprarlos: las personas con poder económico y no precisamente campesinos.
Así, las grandes extensiones de tierras sin cultivar pasaron a manos de personas que tampoco hicieron uso de ellas. En el caso de la expropiación a los indígenas, estos quedaron aún más sumidos en la pobreza, tanto por su tradicional aislamiento social como al hecho de perder la riqueza de la tierra que poseían.
Cuando en 1910 Emiliano Zapata lanzó su famosa frase «Tierra y libertad», el revolucionario pugnaba por dotar de tierras a quienes pudieran trabajarlas a fin de crear justicia y acabar con los latifundios. Falsamente se ha hecho creer que esto se originó en el Porfiriato, cuando la realidad fue que gracias las reformas impulsadas por Juárez, los campesinos quedaron en manos de latifundistas.