No lo voy a negar. Muchas veces me topé a Paul Auster en las librerías y tiendas de viejo y nunca me terminó por llamar la atención hasta que, con su reciente fallecimiento las semblanzas me causaron mucho interés.

Así fue cómo me topé con “Leviatán”, una de sus novelas más conocidas que resultó en una experiencia atrapante como intelectual a través de la mente de un hombre que decidió llevar sus ideales al extremo.

¿De qué va ‘Leviatán’?

La muerte de un posible “terrorista” desata una investigación del FBI que nos lleva hasta un escritor, Peter Aaron, que en su afán por dar a conocer la historia verdadera de su malogrado amigo Benjamin Sachs, oculta información por el tiempo necesario para describirnos la vida, obra y convicciones del mencionado. Una narración que, por inesperada que parezca, en lugar de apelar al corazón, lo hace a nuestra mente.

“Ya bastante difícil es seguir la pinta de uno mismo. Cuando se trata de otras personas, no tenemos la más remota idea”.

Yo quedé asombrado con este libro. No tenía idea de cómo escribía Paul Auster, más allá de su interés por las historias enrevesadas de personajes que se lían o relación con los demás de curiosas y singulares maneras.

También, siendo honesto, busqué uno que otro breve resumen sobre el libro para saber a qué me estaba enfrentando y leía opiniones ambivalentes sobre él, en especial, el hecho que algunos tachan de “aburrida” las descripciones de la personalidad de Sachs o la vida de Aaron… hecho que curiosamente para mi fue de lo más atrapante.

“No era porque pensase que podía conseguir nada con ella, sino porque sabía que no podría vivir consigo mismo si no lo hacía”.

El caso es que el libro fue maravilloso no únicamente por su excelente narración, también por el retrato que Auster hace de la mente de un fanático ideológico como Sachs. Su historia explica, detalla, retrata y da luz sobre los vericuetos de una mente tan despierta, crítica y activa, que termina cayendo en un pozo de ideas extraordinariamente impredecibles como caóticas, más no irrealizables, aunque a un costo emocional que dudo que muchos lo puedan aceptar.

“Las estupideces del mundo le asombraban y, bajo su jovialidad y bien humor, uno percibía a veces un profundo poso de intolerancia y desprecio”.

A través de la vida de Paul descubrimos los motivos de Benjamín para llevar una vida intelectual apartada de la intelectualidad. Cómo incluso nosotros podemos ser víctimas de la necesidad de criticar o poner todo en tela de juicio… pero carecer de una idea que le dé rumbo a esa opinión.

Los personajes que rodean a Sachs resultan tan responsables como víctimas de ese fanatismo disfrazado de ideología tipo “critiquemos el sueño americano… pero sin dejar de vivir en él”. Y sólo cuando Sachs descubre que su vida carecía de sentido, termina cayendo en las marismas del fanatismo “a la gringa”.

“Aceptaba las debilidades de todo el mundo, pero cuando se trataba de él mismo exigía la perfección… el resultado era la decepción, una atónica conciencia de sus propios defectos…”-.

Huelga decir que este curioso viaje emocional e intelectual no tiene nada, pero absolutamente nada de desperdicio. Auster nos lleva de forma amena, profunda y crítica a través de la mente de estos personajes al grado de que uno mismo se pregunta si en algún momento tendremos la oportunidad de enfrentarnos al “evento canónico” de nuestras vidas y descubrir sí seremos tan valientes como ese hombre que entregó su vida a ser él mismo… aunque se llevase a su mundo con él.

Cya.