¿Qué es el amor sin la sinceridad y la honestidad? Nada más que dolor, decepción y una oportunidad para poner por delante nuestra dignidad.

Eso fue lo que nos dejó la lectura de ‘Washington Square’, de Henry James; un clásico de novela breve con un mensaje que trasciende el tiempo no sólo por su hermosa narración, sino el claro mensaje que nos deja sobre el amor propio.

¿De qué va Washington Square?

Catherine Slopper tiene el futuro asegurado gracias a la riqueza de su padre, sin embargo, desde niña es víctima de cierto desdén por parte de éste, quien la considera apocada, hecho que se desata sin más cuando ella conoce a Morris Townseed, un atractivo muchacho que se interesa en ella, pero que parece traer algo entre manos.

Puedo decir sin cortapisas que esta novela breve ha sido por mucho de las mejores lecturas en lo que va del año, e incluso, del anterior. Mucho se ha dicho sobre el genio de James en las historias cortas, pero en serio, en este libro se pasa de maravilloso: la narración fluye con harto ingenio, las disertaciones de los personajes son interesantes y muy, pero vaya que muy claras, sin que desaparezca sino el ‘misterio’, si las curiosas motivaciones que mueven sus actos.

Curiosamente, y crean que nos cuesta aceptarlo, la historia de Washington Square es en cierta forma muy triste porque nos presenta un problema singular: un amor prohibido por buenas razones, pero opacadas por el orgullo, el desprecio y la supina idiotez.

En la novela se nos detalla paso a paso como el padre, el doctor Austin Slopper, teme por el futuro de su amada hija y busca informarla por varios medios, excepto el de la más explícita sinceridad. Por su parte, Catherine ama a su padre, le respeta y está disputa a poner en riesgo su amor propio por no dañarle; pero se niega a escuchar sus razones o incluso, a cuestionarle el por qué la trata con desdén.

Para más inri, Lavinia Penniman, hermana del doctor y tía de Catherine, contribuye al drama con su deseo de ser parte de una historia de amor, entre una Celestina o villana y cuyos verdaderos motivos puede confundir y sorprender al lector conforme avance la novela.

Y también está Morris. El “villano” o “víctima” de sus propios y extraños deseos de una vida sencilla a costa de los demás, pero que en el fondo nunca queda en claro si es ‘bueno’ o ‘malo’ por su propia personalidad y falta de sinceridad, mismas que por momentos le atrapan en las ilusiones de la tía Lavinia, prolongado su desazón… y la nuestra.

Confieso que, hablando en términos actuales, soy todo un “team Doctor Slopper”; sin embargo, acepto que fue triste darse cuenta que el buen doctor fue incapaz de comprender a su hija: perduró más el desprecio y temor que el amor sincero que por ella tenía por el que incluso, aún habiendo logrado su cometido no fue feliz.

Y ese fue para mi el gran encanto de esta novela.

La ‘gran revelación’ no fue el resultado de las “intrigas”, sino el darnos cuenta de que aún con las mejores intenciones, si el amor no se expresa con claridad sólo nos lleva a la desgracia emocional.

Por otro lado, huelga decir que esta novela clásica tiene algo que puede sorprender a los lectores de hoy en día: un personaje femenino fuerte… y sin necesidad de que se venda como tal.

Catherine Slopper, la ‘sufrida’ hija víctima de su padre, tía y pretendiente; termina como el personaje mejor desarrollado del libro porque descubre la verdad sobre lo que de ella piensa su familia e incluso, de lo que estos no quieren que se sepa de ellos mismos. Pero no se derrumba. Sí, sufre, ama y llora, pero no es una damisela en desgracia.

Es firme en su convicción, en su deseo de amar, y en su momento logra lo que para mi fue maravilloso: no perdonar las ofensas porque se prefirió a sí misma. Eso, no cualquier personaje lo transmite. Repito: y sin necesidad de que el libro se venda con esa etiqueta moderna de “representación”.

Pero en fin. Huelga decir que ‘Washington Square’, de Henry James; se lleva cinco de cinco tazas de café. Simplemente no tiene pierde alguno.

Cya.